De caninos rojos y felinos blancos

He visto mi sangre más de cerca que mis propios pulgares. Apáticamente he resuelto caminar dos cuadras menos para llegar al médico. Y no es mi simpatía quién se desborda entre líneas, es mi nicho de ocultos motivos que no te suelta. Lo repetí varias veces. No sé cuántas cartas rompiste entre tus enojos, lágrimas y abstinencia de cocaína, pero las echo de menos. La caligrafía que practiqué, las hojas arrugadas con croquis de palabras cursis. De todo lo que tanto quería, hoy quedan las cenizas, y las promesas después de la tormenta fueron erosionadas por la sal y arena de nuestras costas grises y malditas. De vez en cuando nos recuerdo, y era todo más fácil reír después del sexo. De seguro conseguiste alguien para que momentáneamente achique a tu lado pero son los gatos que ronronenan y vos siempre fuiste un canino famélico. Perro cimarrón o galgo, alto, flaco que no sabe caminar parado. Se me agitan mis propios aguaceros mientras duermo con el ropero abierto. Nadie me visita y esperé como boba tres días por tu mensaje y todavía. Y todavía tiendo a creer que del otro lado del cable estás vos sosteniendo el pucho con la mano derecha evocando todas las frases de amor que creamos entre los meses del año pasado. Si hago uso de mi razón hay momentos en los que canto pensando en los dos pero al rato se me va porque sabemos bien que el tercer intento no funcionará. Advertí quererme y prometí cuidar de nosotros siempre y cuando no tenga el alma rota en pedazos blandos. Las noches fueron eternas somnolientas, Orfeo sabía que por encima de nuestro techo jamás pasaría. Nos supimos tapar en nuestro mismo juego de sábanas azulado y los mil puchos que juntos fumamos.
¿Dónde dejamos nuestro último beso? En los labios de otro, en los labios de alguien más. Si era para nosotros y teníamos nuestro propio andén, ¿qué nos hizo tanta mierda para perder nuestro tren?
A veces te miro desde mis recuerdos y olvido tus fallas. Y ojalá a vos te pase lo mismo.

Comentarios