Vapor del hielo

Pregunté aquella vez si era necesario tener que vaciar sentimientos como lo hago con mi cenicero. Nadie supo responder. Y tampoco lo hago, mi cenicero tiene tres pisos de filtros, cenizas y puchos muertos, antes de poder depositar otro cádaver que a los segudos olvidaré que existió tal amor por la nicotina. Caer cada dos días con la inquietante voz que dice que agarre una cuchilla y los asesine. Luego me quedo dormida en paz, sin sueños, sin risas, sin saliva después de la siesta. Escribí cien veces las mismas palabras para no tener falta pero no sirve de nada si no presto atención. Los indicios señalan lo esperado, siempre me terminan usando. Para satisfacción, para olvidar alguien amado, para recordar los bordes de la propia sexualidad, para remarcar que seguimos siendo vapor del hielo. Me llamó mi propia fe a ver por qué no la estaba buscando con fervor, lamento haber causado esperanzas inertes en lo que debe salir de nuestra propia esencia. Lamento que los escalones los suba de a dos o de a tres, salteando el uno y los dos segundos que demoro en total. No me busquen las metáforas si es que las escondí muy bien, no me exijan cariño sino hay plataforma suave para caer. No buscarán más un beso cálido en mi polo sur. No intenten llamarme, no estoy. Los ángeles ni cupidos existen, pero viven las enfermedades que se expanden a tráves del aire y eso me hace creen más aún en los nueve círculos del Infierno de Dante. No querrán salir de noche a las calles, las mujeres temen por su vida como los que mueren de hambre. No obstante he de erradicar a la propia mujer que me quiere envenenar y si viva me quiere quemar antes de eso me desaparecé de la órbita continental. Las gracias al Señor antes de cenar. Respirar hondo y jalar el gatillo. No quiero tus discuplas, ni todos los adornos en tu pilar. No soporto la idea del número más, la gente de la lista de espera. Ya puse el nudo en mi cuello y el banco está en el piso, mi último movimiento de mis ojos rojos será el tibio beso de la dama que vive enfrente.

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