Escribí un jueves pero en realidad ya era viernes

Me desperté tarde. Tarde como hace tiempo, tarde que no disfruté ni el sol, las calles vacías, la gente triste y aburrida de la rutina, el nene de siempre, las abuelas de la esquina chusmeando de la vida, mi circo matutino favorito. Cuando desperté era tarde para lo que quería hacer y de la mano con mi amiga nos fuimos a casa para verme tocar mal la guitarra y pronunciar mal el inglés en las canciones que me gusta cantar. Ahora más tarde que mi tarde estoy sola, sola en la barra de un bar usando el celular como lunática, como primate de siglo veintiuno; ahora, ansiosa, deseosa, espero por una gota de erotismo que envuelva una almohada ajena. Mi recobeco preferido, el mártir de unos sueños rocosos, ambiguos de colores. La noche se presta para no volver sola y el corazón me respira inquieto.


Los jueves no son los mismos, drama existencial. Frascos rotos, dedos cortados, ansiedad social. Por suerte aprendí a manejarme en el silencio, cordialmente ignoro a todo el mundo mientras puedo despejarme para poder escribir o pensar, capaz, ambas.
Las nubes grises retuercen los nudillos de lo que alguna vez se le llamó una mano suave. Me pensaba ir sola, pero en un carruaje y acariciando la pierna me dice que me invita a dormir a su casa, mi deseo a llegado a su cúspide. Y yo que por un momento me asusté.

Mil pensamientos y yo estática sentada, una garantía eterna de mi timidez.

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