¡Marinero, el Capitán tiene hambre!

No sé bailar sin que sea vergonzoso. No sé fumar con mi mano derecha. No sé cómo cocinar una tortilla. 
Sé cantar bajo la ducha e inventar melodías. Sé escribir con los ojos llorosos sin faltas de ortografía. Sé la forma de que quede apunto el arroz.
Mis verdades son pocas, es que soy la única a la que siempre le piso los talones, y por eso no sé llegar en hora.
Esperando los segundos que faltan para que la estufa termine de dar su giro de noventa grados. Lo literal de la situación es que no la miro, me guío sólo por su ruido. No quisera más exponerme a corazón abierto pero me gana el arte y las ganas de reír con la almohada. Quisiera pedir tres deseos; uno que sea el mismo de siempre, el otro lo quiero cambiar porque no me decidí si lo quiero o no y que el último sea poder escribir historias de verdad que se aleje de mis experiencias.
Quisiera para llevar un combo agrandado de motivación acompañado con una ensalada de valor y perseverancia y para tomar capaz que pido, un poco de paciencia con hielo, por favor.
Las agujas me atemorizaban en la infancia y todavía no probé la heroína. Me tatuaría un ave en la pierna izquierda pero desconozco cuál me gustaría e imagino que podría ser un gorrión o un flamenco. 
No sé qué día es hoy, juraba que era domingo. Hace tres meses que mi día es el mismo y entré a un vórtice de deseperación y amargura, y lo peor, es que no quiero solucionarlo. El Capitán tiene hambre de lugares por conocer y aventuras por hacer, pero le teme al agua y no tiene tripulación. No le viene bien casi nada, y quiere de antemano todos los tesoros pero nunca ir a su búsqueda. Capaz que así me siento.

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