El beso primero

Corría el año dos mil diez, y yo era una nena de recientes quince años. Venía del liceo, caminando -ya que por suerte, vivía (vivo) a más de doce cuadras del Parque Rodó- con dos amigos, dos varones, casualmente, ninguno en edad me ganaba, pero de experiencia sobre besar era la más inocente. Uno de ellos, a cuál llamaré Sujeto D, teníamos una amistad muy simpática para nuestra edad y el otro supongamos que su nombre es Sujeto G, también era amigo pero las hormonas habían hecho que lo mirase de una forma distinta, una forma más erótica, más romántica, diferente. Caminamos hasta casi llegar a casa, hablando de, claro está, de cómo iba a tener ya quince años y ni un beso a un varón le había dado. Sí, me sentía mal, pero para mi pensar no había dejado aun el cuerpo  y las costumbres de una niña. Llegando a la esquina de mi casa, el Sujeto D le hace una señal al Sujeto G -algo que yo no me doy cuenta porque como siempre camino mirandome los pies- y bien, bien en la esquina el Sujeto D se aleja un metro o dos, y el Sujeto G, me mira fijo, se acerca, dejando al lado la timidez, me agarra de mi pequeña cintura y se acerca tanto que nuestras narices se hunden y él puede oler el perfume que me había puesto cinco horas atrás. Acerca su boca a la mía y nuestros ojos al unísono se cierran y él posa su boca en la mía. No puedo explicar la emoción que tenía, ese sentimiento que sólo se logra la primera vez. Las rodillas me temblaban y por dentro pensaba si tenía que mover los labios, la lengua o la cara. Mi monólogo interno no duró más de seis segundos, que fue así, la duración de mi primer beso. Vuelve el Sujeto D alegre y me dice que ahora puedo quedarme tranquila. Pero el Sujeto G no dice nada, y empieza a divagar con  la mirada el suelo. Lo miro y me mira, me mira fijo y me dice las palabras que nadie quiere escuchar cuando da su primer beso: "¡Fah!, acabo de engañar a mi novia..." y yo quedé muda, ansiosa, emocionada, humillada y llena de nuevos sentimientos que no comprendía. A los minutos se fueron ambos para su casa y yo baje la cuadra para llegar a la mía. No le conté a nadie lo sucedido porque al fin y al cabo acaba de dar mi primer beso, que tanto me había costado llegar. Al otro día, nada cambió ni mi relación con mis amigos ni con el Sujeto G.
Pasó una semana y pasé por esa esquina y arranqué una flor de la casa de la vecina y la deshojé ahí mismo, el día en que mi inocencia cambió para siempre y por primera vez, sentí que ya no era una niña.

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