¿Te dije el otro día que soñé con vos?

Era de noche, el jazz sonaba fuerte, yo miraba desde la calle. La ventana del bar que desprendía las luces claras y la gente que salía de a montones por la puerta zaguán. Todo era normal. Todo era banal y la temperatura del ambiente parecía neutral. Los amigos hablaban, reían y comentaban sobre aquella música armonizaba la cercana vista al mar.
Como de costumbre encendí un cigarrillo después que claro la cerveza se había consumido entera en mi mano. De pronto, las luces son más y más amarillas pero nadie grita ni parece alertada por la situación tal parece que era porque estaban muy antentos a la música que desprendía el saxofón. Las luces amarillas seguían, intermitentes. Todo era normal. Mire por costrumbre al piso porque es así como apago mis cigarrillos, y de pronto, noto como pequeñas cucuarachas se desprendían de mis zapatos, miraba a mis alrededores y a nadie parece extrañarle mi situación porque seguía sonando (cada vez mejor) el saxofón.
Mi pánico aumenta pero no puedo hablar, la gente no me escucha y mi voz se vuelve más baja y tímida, ya no hay nada que lo impida, las pequeñas cucarachas se multiplican.
Los amigos se alejan y yo sin moverme me alejo, me alejo hasta que no los veo y me invadae la soledad y el dolor, sólo me llega el sonido encantador de aquel saxofón. Las cucarachas se vuelven cada segundo más grandes y ya es inevitable, parezco ser su Reina Madre. Las luces amarillas, ya no brillan pero no hay oscuridad en el rincón vago donde estoy porque de  lejos me llega la música del saxofón.
Estoy cubierta de ellas y ya no me veo, porque ahora puedo estar en cualquier parte de Montevideo. Las cucarachas tampoco me hablan y ahora estoy más sola que nunca y me devora mi estado de depresión porque ya no me llega la música hipnotizadora de aquel saxofón.

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